Edición Española
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    Miguel Hernández Gilabert

    Nuestra juventud no muere

    Caídos sí, no muertos, ya postrados titanes,
    están los hombres de resuelto pecho
    sobre las más gloriosas sepulturas:
    las eras de las hierbas y los panes,
    el frondoso barbecho,
    las trincheras oscuras.

    Siempre serán famosas
    estas sangres cubiertas de abriles y de mayos,
    que hacen vibrar las dilatadas fosas
    con su vigor que se decide en rayos.

    Han muerto como mueren los leones:
    peleando y rugiendo,
    espumosa la boca de canciones,
    de ímpetu las cabezas y las venas de estruendo.

    Héroes a borbotones,
    no han conocido el rostro a la derrota,
    y victoriosamente sonriendo
    se han desplomado en la besana umbría,
    sobre el cimiento errante de la bota
    y el firmamento de la gallardía.

    Una gota de pura valentía
    vale más que un océano cobarde.

    Bajo el gran resplandor de un mediodía
    sin mañana y sin tarde,
    unos caballos que parecen claros,
    aunque son tenebrosos y funestos,
    se llevan a estos hombres vestidos de disparos
    a sus inacabables y entretejidos puestos.

    No hay nada negro en estas muertes claras.
    Pasiones y tambores detengan los sollozos.
    Mirad, madres y novias, sus transparentes caras:
    la juventud verdea para siempre en sus bozos.




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