Edición Española
    Biblioteca

    Manuel José Quintana

    A Somoza

    En vano el ingenio animas
    Que ya olvidado reposa
    Y de mi lira pretendes
    Que a tus acentos responda.

    ¡Versos yo! Si los cantara
    Entre estas ásperas rocas
    Y en estos campos ingratos
    Aborrecidos de Flora,

    ¿Cómo pudiera vestirlos
    De la elegancia y la pompa
    Con que los hijos de Apolo
    Dan vida eterna a sus obras?

    Quizá lo fui yo algún día
    Y la délfica corona
    Refrescó tal vez mis sienes
    Con el verdor de sus hojas:

    Cuando del Padre Océano
    Canté el poder y la gloria
    Escuchándome las Ninfas
    Y aplaudiéndome las ondas;

    O cuando rayos lanzaba
    Al opresor de la Europa
    En ecos antes no usados
    De las Musas españolas.

    Huyó aquel tiempo: los años,
    Las desventuras me agobian,
    Y lo que antes fue osadía
    En desaliento se torna.

    Huyó aquel tiempo, y no es fácil
    Que yo con fuerzas tan pocas,
    Para que el mundo me escuche,
    Mi largo silencio rompa.

    Canten los que son dichosos;
    Pero el infeliz que llora,
    Guarde para sí el gemido
    Y sus lástimas esconda:

    Que las orejas del mundo
    Son esquivamente sordas
    Al lamentador poeta
    Que en vez de cantar solloza.

    Cuando de la vida mía,
    Ahora ya tan borrascosa,
    Pero entonces tan serena,
    Comenzó a rayar la aurora,

    Mil grandiosas esperanzas
    Eran mi existencia toda
    Que el ánimo me exaltaban
    Entre ilusiones hermosas,

    La libertad y la patria
    Con la luz que las corona,
    La beldad con sus encantos,
    Con sus laureles la gloria,

    Númenes fueron celestes
    Que mi alma nueva y fogosa,
    Postrada ante sus altares,
    Adoraba a todas horas.

    ¡Qué de incienso entre mis manos!
    ¡Cuántos himnos de mi boca
    Salieron, poblando el aire
    De alabanzas y de aromas,

    Que después cambió la suerte,
    Tan temeraria y tan loca,
    En ponzoña que me abrasa
    Y en dogales que me ahogan!

    ¿Dónde os fuisteis desde entonces
    Imágenes deliciosas,
    Pensamientos grandes, dónde,
    Dónde aquel numen?... Perdona,

    Dulce amigo, si tan lejos,
    Donde la suerte me es torva,
    El bálsamo saludable
    De tu voz consoladora,

    Mi corazón hostigado
    De tan acerbas memorias
    A la hiel del desaliento
    Tristemente se abandona.

    ¿Quieres que cante? Pues alza
    De sus ruinas lastimosas
    Ese templo cuya afrenta
    A ira y lástima provoca

    Saca a la infeliz España
    De la profunda mazmorra
    En que aherrojada la tiene
    La iniquidad de la Europa

    Despierta en sus hijos viles
    Aquel sentimiento de honra
    Que un tiempo los alentaba
    Al laurel y a la victoria;

    Y entonces quizá se anime
    Mi voz trabajada y ronca,
    Y a lucir vuelva en mi frente
    Del Genio la sacra antorcha.

    Entonces también mi lira...
    Mas ¿qué esperanza traidora
    A tal delirio me lleva
    Con sus falaces lisonjas?

    Nunca ya en las manos mías,
    Compañera de mis glorias,
    Te verás, hinchendo el aire
    Con tu voz majestuosa,

    Lira de oro: nunca. Un día
    Como prenda o como joya
    Brillante en las nobles aras
    De mi patria victoriosa

    Cayó, y del ciprés infausto,
    Que a su sepulcro da sombra,
    Para padrón o escarmiento
    Te miras pendiente ahora.

    Allí la lluvia te ofende,
    Allí los vientos te azotan,
    Y algún esclavo que pasa
    Con vil furor te baldona.

    Yo sé que tú te estremeces,
    Y en tus cuerdas, aunque rotas,
    Algún eco sordo se oye
    De indignación y congoja.

    Sufre ¡oh lira!: igual destino
    A tu triste dueño acosa
    Juguete de la fortuna
    Que en sus afrentas se goza.

    Él calla, imita su ejemplo;
    Y desamparada y sola
    Déjate mecer del aire,
    Guarda silencio y reposa.


    Abril de 1826.




    TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR


    © 1991-2024 The Titi Tudorancea Bulletin | Titi Tudorancea® is a Registered Trademark | Aviso legal
    Contact